Duelo

No recuerdo muy bien cuando te fuiste. Me acuerdo mejor del rastro que dejaste en mi vida simple e inocente de niña, la carga que llevé en mis hombros desde aquel día. Aquel día confuso, de conmoción, de llanto y silencio que se iban mezclando a través de las horas, y entre los que no me atreví a decir nada. Desde aquel día no me atreví a vivir plenamente porque ella, en su papel de viuda sentida, no quería que nadie fuera feliz. No podíamos reír, o jugar, o vivir plenamente, porque su vida se había partido en dos, y todos teníamos que sufrir con ella. Recuerdo que no pude llorar, no sentía nada dentro, solo un vacío. Y tú, papá, dejaste de aparecer, misteriosamente, sin dar explicaciones. Y mi mundo feliz de niña, donde todo tiene un bonito final, se esfumó. Y la culpa entró en él como una sombra negra, muy negra, que me perseguía. Culpa por no llorar por ti, culpa por no despedirme. Culpa por dejar de pensar en ti. Culpa por olvidarme de todo ese drama y vivir mi adolescencia. Culpa por no estar enfadada con la vida, por no odiar a todo el mundo por el mero hecho de que ya no estuvieses. Pensaba que me había deshecho de ella, pero seguía ahí, y sigue estando, presente, como una señora enfadada con la boca torcida y mirándome con reproche. Sin embargo, logré esquivarla a veces en mi intento incansable de vivir una vida normal como los demás, sin que la gente me mirara con esa pena, con esa mirada que tanto odié y tuve que soportar mientras dejaba atrás mi niñez, cada vez que alguien mencionaba que era huérfana. Valiente historia la mía, tan dramática, que marcaba como un hierro marca al ganado para siempre, y no me dejaba escapar ni siquiera un miserable día.

             Por eso me fui lejos, muy lejos, para no volver nunca más a ese agujero. Pero yo, toda ingenua, no sabía que los fantasmas no se pueden matar, ni la esencia desaparecer solo porque cambies de lugar. Puedes camuflarlo todo, y crearte una vida nueva allá donde vayas, pero la sombra sigue persiguiéndote en tu interior, en los momentos en los que la gente se va y ya no hablas con nadie, e irremediablemente tienes que hablar contigo misma. Es entonces cuando vienes a verme, o más bien el recuerdo que tengo de ti, y tengo que construirme una imagen del pasado con las piezas sueltas de puzzle que me han quedado. Porque no me acuerdo de cómo reías, de cómo te vestías, ni de cómo te despertabas por la mañana. Todo eso se fue contigo ese día. Nadie se encargó de contármelo para que de alguna forma siguieras vivo. Todo el mundo te enterró bien profundo, para que no pudieras salir jamás. 

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